No hay mucho que contar, sólo que la idea de este espacio es poder demostrar que ya no existen los grandes valores literarios en este mundo, y en su lugar quedamos los amateurs aficionados al whisky y la música de los '70 y los '80 que tratamos de escribir para liberarnos de los pensamientos pasajeros.

miércoles, 31 de agosto de 2011

Reflejo

El estallido de la puerta lo despertó. Se había recostado unos minutos entre broncas e insultos a quién sabe qué santo. Discutieron por cosas que no tenían sentido, como tantas veces ocurría por esos días. “La paciencia se agota excesivamente cuando uno pasó los sesenta y pico”, pensó. Mientras, le daba un trago largo al bourbon -áspero de tanto resistir entre el polvo y las telarañas de la repisa-. Bajó dispuesto a buscarla y pedirle perdón por irritarse con frecuencia, por gritarle sin amor, por sentirse viejo. Las rodillas no respondían tanto, pero estaba decidido a disculparse. La sorpresa más fea, hiriente, aguardaba serena entre la brisa otoñal. Ella. Tirada, fría, inmóvil. Su cuerpo tenía un color azulado y pálido, bajo un charco rojo y espeso. Aún el aire apestaba a pólvora. Su respiración se cortó de golpe y no atinó ni a llorar. Sentía a su garganta se cerrarse, creyó que le exprimían el corazón.

Intentó gritar, pedir ayuda. Se sentía en un mal sueño. Quiso golpear la pared para romperse la mano y así demostrarse a sí mismo que no estaba ahí, que todo era una broma pesada de su inconsciente. Nada pasó. Tragó saliva. Podía escucharse el pulso. El aire era demasiado pesado. Su garganta carraspeaba. Comenzó a temblar. Los nervios le dolían ya. Sudaba y palpitaba. No podía entender lo que había pasado. Un escalofrío le recorrió la espina cuando se acercó para acariciarla. Ni maldecir quería. “¿Por qué la traté tan mal? ¿Por qué fui tan hijo de puta?”, balbuceó. Ahora estaba muerta, y se había ido sin sentirse querida. La culpa lo invadió. Intentó calmarse, pero era imposible. Tenía que alcanzarla. Encontrarla. Decirle. Abrazarla. Le sacó el fierro de la mano y se lo puso en la boca. Todavía estaba caliente. Apretó el gatillo.

Fue el día que el cielo ennegreció cuando comenzó a ver la triste realidad. Las nubes grisáceas taparon lo poco de dichoso que le quedaba a su vida. Él podaba las últimas ramas del enorme árbol que adornaba el patio del penal, grandioso y amenazante. Ese centenario sequoia de tronco obeso y rojizo, para él, era malvado. Durante años se intimidó por la inmensidad de la copa, adornada por los miles de brazos imponentes que sostenían el techo verde pastel. En pleno día, con el sol en lo más alto, se podía sentar en la galería de su pabellón para contemplar el baile de las hojas y los rayos luminosos que las atravesaban, un vitró tornasolado cada vez que soplaba el viento. Ya hacía quince abriles había despedido a su amor. Siempre supo que la extrañaría hasta el día en que el destino piadoso lo llevaría nuevamente a sus brazos. Tenía el rostro desfigurado. La bala le había desgarrado la carne. Lo condenaron. Le dijeron que la había matado. Y la había matado. Le había quitado sus sueños. La había descuidado. Le impidió sonreír, sentir amor. Le pegaba. Sin la mano, con su silencio. La odiaba y la quería. La envidiaba. Le temía. La había matado, sin apretar el gatillo.

El sol entra por la ventana, ilumina la celda y calienta las paredes. La piel, reseca por el frío del invierno, parece resquebrajarse mientras se lleva las manos al rostro. Otro largo día empieza entre lamentos y sollozos. Los pies son más pesados que hace unos años. Las lágrimas trazaron autopistas en sus mejillas. No le queda nada. Solo el aire que respira, y un rostro para ver en el espejo.










D.

sábado, 27 de agosto de 2011

Quisiera..

Quisiera ser más fuerte
Tener carácter áspero
Caminar erguido
Correr en libertad
Quisiera tener alas
Volar entre suspiros
No temerle a nada
Marcar mi destino
Quisiera caer
Sentir el vértigo
Gritar fugazmente
Haber desvanecido
Quisiera recordar
Volver a esos lugares
Celebrar memorias
Llorar en silencio
Quisiera dormir
Recorrer los mundos
Pasar inadvertido
Soñar horizontes perdidos
Quisiera viajar
Huir de esta tierra
Reirme sin sentido
Acariciar los caminos
Quisiera levantarme
Probarme a mi mismo
Engañar al barquero
Jugar siempre limpio
Quisiera ser salvaje
Vencer mis miedos
Retar al tiempo
Perderme en el espacio


D.