Cada gota de lluvia que cae sobre mí me acerca más a la felicidad, como si el lamento del cielo significara el final de una vida de sollozos y el comienzo de algo más profundo. No puedo mojarme y camino a través de las ciénagas del destino que me espera con sus brazos abiertos. Me pregunto si de verdad se acerca el desenlace de nuestra historia. A lo largo del tiempo, aprendí a aplacar el sufrimiento con otros placeres, pero nada me permite dejarte atrás aunque así lo quiera.El extraño deseo de sentirme libre me llena el corazón. Sin embargo, no puedo escapar de esta prisión que me encierra cada vez más en un laberinto oscuro. En la penumbra veo tu rostro permanentemente y sonrío, como si los recuerdos fueran una especie de cura para mi dolor y tus ojos la lumbre que me guía hacia el cielo. El suave murmullo de tu piel se convierte en canción y me lleva lejos de este lugar, deseando encontrar la llave de esa puerta escondida que llega a tu interior.
El frío desciende por mi cuerpo cuando te pienso, y me desgarra la piel como cuchillas afiladas atacando la carne con sus hojas de acero helado. Quisiera hallar la forma de olvidarte, quisiera poder liberar mi mente de los pensamientos que me acercan a recordarte. Continúa lloviendo y mis lágrimas se confunden con el agua que cae del cielo majestuoso. Es un día gris y solitario, perdido entre tragos de whisky y melodías afables.
Me pregunto a qué vinimos a este mundo sino a transitar los caminos de la vida guiados por la incertidumbre y el miedo, reinados por la inseguridad que genera no saber qué es lo que nos depara el destino. Los momentos en que la razón deja de ser efectiva es cuando resulta sensato escuchar al corazón. Tu sonrisa me enseñó a escapar. Me ayudó a levantarme cuando la esperanza se desmoronó por completo y sólo quedaron las dudas de lo que podría haber pasado. Fuiste una luz entre tanta oscuridad.
D.S.

