No es fácil. Nada lo es. Nadie te lo dice hasta que te golpea de lleno. O te lo dicen, pero no lo entendés. Escuchás, pero no prestás atención. Te mandás solo, sin mirar. No te importa, no te asusta. Y después lo tenés encima, ya te empapó con su rabia y su maldad. Te noquea un poco. Te parás resentido. Te tiembla el pulso pero intentás mantenerlo firme. Todo es nuevo, y te sorprende. Por ahí le metés un revés y te alivia. Ahora, nunca se quiebra. Y está ahí, mirándote. Se ríe, sarcástico. Frío, hostil. ¿Por qué duele tanto? No te das cuenta. ¿Te quiere matar? No, sólo quebrarte. Y por ahí recordás. Volvés a un momento. Palabras. Lecciones. Consejos. Abrazos. Se va aclarando. No te vas a rendir. Tenés que seguir respirando. Apretás el puño. Le contraatacás. No alcanzás nunca a tumbarlo, no. Sigue ahí, esperando el momento. Quiere derrotarte. Pero dejale en claro que le va a costar toda la vida lograrlo. Luz.